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Una Nalgas Entre las Patadas
Unas nalgas
Entre  las
Patadas
Original de Xossé Trinidad
  
I Capítulo   El Agridulce sabor de la venganza
I

Un terrible sentimiento de catarsis me agobió hasta el paroxismo que produce ése sentimiento malsano de venganza, cuando le sonaron un par de patadas en las aguadas nalgas al viejo joto aquel, que tanto daño me había hecho y por mucho tiempo, pero no iban de mi parte los mulos disparos aquellos como me hubiera gustado, sino de uno de esos tantos protegidos que siempre benefició con su manto de corrupción.
El sentimiento me pasó tan rápido como las patas en las nalgas del ahora cascajo de viejo que de inmediato se convirtió, al toparse nuestras miradas, en una increíble lástima que no me podía dar el lujo de sentir, pero que mis sentimientos así lo asumieron.
A ésas horas de pasadito el mediodía, con el sol del inclemente verano de inicio vacacional, cuando salió al trote como toro viejo embestido por el nuevo semental de la manada, pasando de la bendita sombra al infernal solazo, con la sacudida brillaron las diamantinas gotas de sudor de su cara luego de los impactos cerreros, al tiempo que volteaba hacia atrás a ver al agresor y buscar una cara como solicitando auxilio.
Quise mostrar mi contento pero ninguna sonrisa se asomó a mi rostro, tiempo después al recordar éste pasaje, siempre pensé que podía más mi sentido de equidad y justicia que la enorme sed de cobrar tanto daño acumulado.
Efectivamente, era uno de sus surtidores de antaño, de esos que llegan hasta donde sea posible para lograr sus propósitos y ahora pateaban con saña la zona que tantas veces tuvo que atender con fingido placer para lograr cobrarle al Estado un jugoso salario de docente, nalgatorio fuente de un tiempo completo en máxima categoría a nivel superior, así como de otras tantas prebendas y canonjías que otorga el poder público cuando se tiene a manos llenas y sin control. Al tiempo que me pasó avieso pensamiento morboso, respecto a la inquietud de que si aquellas patadas en las nalgas le producirían algún placer.
Ahí estaba el aprendiz pagándole a su maestro con saña el salario del mal agradecimiento común cuando el poder ha tumbado como caballo brioso a quien lo montaba y más cuando arriba ya son muchos, con unas ganas de esas que uno saborea tanto, más que por el dolor o daño que pueden causar por la humillación, luego que le pegó la patiza le siguió una burla soltada al aire como terrible acusación y ofensa a la vez.
–¡Quítate a la chingada pinche viejo puto…! 
Para luego continuar con una sarta de ofensas de lo más cruel, que pareciere recorrer en sentido contrario toda aquella ayuda y apoyo irracional de antaño le diera, que ahora le correspondía con el más cruel de los tratos y eso era en forma cotidiana, sólo que ésta vez le vi en su mirada la más profunda tristeza, que aún cuando quería sentir disfrute, muy dentro de mí algo no me gustaba, porque además ya le había ganado su estúpida guerra de poder, con ello me sentía satisfecho y para mí era suficiente humillación la terrible derrota legal que le infringí.
Sin embargo cuántas ganas había tenido de que aquello, que ahora escuchaba y que pudiera ser música para mis oídos, no representaba nada y hasta le sentía como ofensa personal, dada la  gran andanada de ofensas y agresiones de que era objeto el profesor, luego de que lo sacaran de la dirección de la universidad, sobre todo porque en los últimos tiempos ya ni dirigía, pero estaba ahí y era quien firmaba, pero ya se movían a sus espaldas todos los gusanos que él mismo creó, alimentó y defendió para que se le carcomieran y luego acabaran con él.
El golpazo, le hizo caminar en forma por demás ridícula casi al punto de perder el equilibrio y casi sentí el dolor, como aquel cuando caí de culo al suelo y al golpearme uno de los huesitos, sentí un profundo dolor, como el que seguramente sintió con las patadas y no pude dejar de sentir gran compasión, aunque desearía que hubiera sido satisfacción, pero su mirada buscaba insistente apoyo en la mía, respondiéndole con la gélida mirada de mi solidaridad soterrada y mi cara de piedra, que contrastaba con aquel sol a plomo e inclemente que le achicharraba su oscuro rostro de su piel morena en la que ahora le resaltaban las cicatrices de las cirugías plásticas viejas y desatendidas de cuando nadaba en billetes, mientras permanecían Guillermín y los demás a la sombra viéndole divertidos.
Aún cuando hubiera sentido el deseo inaudito de correr a caerle también a patadas al viejo desgraciado y corrupto, solté una andanada de reclamos al agresor por la cobardía con la que actuaba, pero más aún al descubrir un golpe marcado en la cara y un hilo de sangre en la nariz, lo cual me hizo encolerizarme muchos más y reclamar airadamente sin perder el control.
–¿Puto le dices, maricón? Debería darte vergüenza porque eso no se lo decías cuando andabas buscando que te diera lo que ahora tienes y le has arrebatado a tanta gente con derechos… cuando le has robado todo lo que tenía, aunque haya sido lo del agua al agua…
El Grillermín como la decíamos en la Universidad Estatal para Docentes, no salía de su asombro al toparse conmigo después de varios años, en donde se veía muy disminuido frente a mi siendo 10 o 15 años más joven, gordo abotagado, con cara descompuesta no atinaba a decir palabra, además porque nunca se le había quitado lo tartamudo, ello sin contar que fue muy bien explotado en su virilidad por el propio director “nalgas golpeadas”  y los demás funcionarios, todos del mismo clan de homosexuales que había hecho su coto de poder.
Recuerdo como si fuera ayer, cuando Ricardo Flores, un profesor de esos nuevos que escogía el clan para que asistiera a sus reuniones muy exclusivas, a las que no invitaban a cualquiera “aunque corran para tercera” como rezaba el dicho completo –en referencia a que no importaba si eran o no homosexuales de todas maneras no era obvia la invitación-, cuando llegó una noche de cervezas y amigos en el taller del Pancho Ojeras muy asustado, buscándonos porque sabía que ahí estaríamos varios profesores saboreando alguna carnita asada con sus respectivas cervezas, como siempre en los llamados puentes, para hacernos partícipes de su descubrimiento; había sido invitado a la fiestecita del Clan Mariconsuelo, como le llamábamos.
Amarillo pálido y la boca reseca que se le notaba en los labios blancos, así llegó diciendo cosas que sólo él se entendía, aunque ni él supiera lo que decía, sólo movía la cabeza más que en señal de negación en una forma que denotaba incomprensión y sólo repetía como disco rayado lo mismo, sin dejar de mover la cabeza…
–¡Qué mala onda, pinche bola de putos… sólo piensan en ellos, no lo puedo creer, pinche bola putos nada más piensan en eso…! –Mientras le pasamos un bote de cerveza, pero alguien le adelantó un vaso de refresco de cola el cual tomó de forma automática y se lo empinó hasta terminarlo todo, luego llegó la cerveza, mientras todos en forma disciplinada apagamos el alboroto y pusimos toda la atención sobre el docente como buenos alumnos.
Nos platicó que al llegar a la jaula del clan, le sirvieron pistos al por mayor a cual más de atentos y le extrañó no ver una sola mujer, que se adelantaron a justificar que todavía no llegaban todos, aunque dijo que ya era tarde, pero en fin que conforma avanzó lo noche, nada de los demás y las mujeres, pero que al rato vio cómo salía Álvaro, que la giraba de subdirector administrativo vestido de Gloria Trevi, que en principio se le hizo gracioso, pero al rato llegaron unos alumnos para pasársela suave con ellos, lo cual ya no le gustó, pero lo peor, nos dijo asustado, pelando tamaños ojotes, con cara de asustado…
–¡Es que cuando me di cuenta estaba rodeado de profesores y alumnos jotos que se habían quitado lo que llevaban de ropa y traían esas cosas que se anuncia en las tiendas de sexo, algunos ya me estaban acariciando… pero ver al asqueroso del Álvaro, ya no con peluquín, sino con una peluca, me dio una asco que no me pude contener y salí corriendo y no paré hasta acá… si con eso me mandan a la chingada y no me dan horas; me vale madre, no quiero saber de ésta sarta de putos degenerados… que asco…!
Todo eso pasaba por mi mente al reprocharle al supuesto hombre –ahora de hogar-, cuya familia ahí vivía, en la casa que se había robado, que la tenía bajo su poder y era propiedad del golpeado, mientras alegábamos a gritos diciéndonos nuestras verdades y haciéndonos los reclamos que surgen al calor de la discusión y el enojo, me daba cuentas que el viejo exdirector estaba llorando para sus adentros, porque percibía su sufrimiento, pero ello me ayudaba a decirle más y más cosas a la bestia aquella de mal agradecimiento.
El calor infernal y el fragor de la discusión nos hacía a todos sudar a chorros, mientras el profe Mario Consuelo permanecía en el solazo, con actitudes propias de alguien débil y a punto de desfallecer, mientras le grité, contra toda mi costumbre y educación, al maricón arrepentido muchas verdades que habían estado ocultas y que lo hice sólo para que su familia se enterara de lo que el tipejo de marras era y supieron quién era el dueño de la casa en la que vivían.

II 
 
Se quedó el vapuleado ex director universitario formador de docentes, recargado en el mismo carro que le había bloqueado el paso en su desesperada huída, casi tambaleándose pero sin dejarse doblegar, ya se me hacía que azotaba y daba el perrazo pero no, como que había recobrado por unos instantes la vieja dignidad y ahí estaba muy derechito viendo la escena, sudando a chorros, quemándose manos y nalgas con la carrocería ardiente pero no se dejó caer.
Luego de la tremenda regañada al mayate –como les dicen a los surtidores sexuales por éstas tierras-, quien sólo atinaba a balbucear, tartamudear alguna que otra palabra y mostrarme sus ademanes homosexualoides –me pasó veloz por la mente justificar aquello llamado la maldición de los siete años, pero éste ya llevaba muchos, por lo tanto era mariconsísimo-, sin atinar a decir nada coherente y menos defenderse de mis dichos acusatorios, pero no estaba en posición como lo fue en el pasado que cualquier reclamo lo quería arreglar a golpes y, como era su costumbre; acompañado siempre por porros financiados por sus mecenas uno de las cuales estaba ahí golpeado y agredido por él sin el menor remordimiento.
–¡Es que éste pinche viejo puto…! –Gritó como defendiéndose.
–Ahora es viejo puto ¿verdad? Pero cuando te aprovechabas y le decías “mi amor”, a él y a todos los otros, empezando por la Varita de Nardo –como le decían al administrador universitario y su mayor protector- con el que iniciaste tu carrera de bandido…
–¿Pero tú que te metes…?
–¡Qué te importa pendejo, los golpeas y abusas de ellos para esconder tus puterías… porque eres más maricón que todos ellos juntos… quieres parecer muy hombrecito guardando las apariencias con un matrimonio enfermizo…!
–¡Tú qué sabes…! –Gritó como gimiendo lastimosamente al tiempo que el sol le descubría la cara tapada por una cachucha beisbolera, donde sus ojillos achinado se movían desesperados y no sé si había lágrimas o sólo era sudor.
–¡Nada sólo que no te puedes comportar como hombre y golpeas jotos cuando los has explotado porque es sólo para esconderte en el closet… pinche maricón…! ¿Por qué no nos dices lo que le hiciste a Álvaro, pinche marrano? ¡Ándale platícale a tu familia y lo que descubrió tu hermanita…!
Pero bien dice el dicho que tiempos traen tiempos, así que no me esperaba y menos que luego viniera solita mi terrible venganza y peor castigo; lo dejé muy a tiempo y en las peores manos que uno puede dejar a un tipo abusón como ése; las de su esposa, la que en esos momentos salía a encararle y ajustarle cuentas pendientes, caminé hacia mi carro estacionado a unos 30 metros del lugar acompañado del dulce sonsonete de la retahíla de reclamos, me subí y me eché en reversa, abrí la puerta y le hice una seña a mi antiguo compañero y dictador de trabajo a que subiera.
Todavía me di el lujo de permanecer un instante viendo cómo la esposa hacía la parte que quería que hiciera, la que ni en mis peores deseos de venganza se me habría ocurrido y de la mejor manera; sin pedírselo, que le reclamara su actuar, que le avergonzara frente a sus exóticos amigos que ahí le acompañaban, que le pidiera cuentas de todas esas cosas que había venido haciendo, aquellas construidas con engaños, que se le habían venido abajo sin explicaciones y que ahora exigían respuestas precisas.
Y qué mejor momento que pedírselas ahora que estaba el tribunal abierto, con jurado, testigos y todo para que la mujer, parapetada en el descobijamiento de su consorte de dudosa hombría y de promiscua reputación, le exigiera a su femenino maridito del alma el reconocimiento a su dominio de los pantalones conyugales, que en esos momentos el firmante de macho, los tenía por los suelos como la primer vez que tuvo que cumplirle a Alvarito en el patio de la Universidad.
Álvaro Ávila, conocido como la varita de nardo que recordaba a la canción de Joaquín Pardavé, pero que además no sólo era en base del diminutivo “varito”, sino por su cuerpo delgaducho y sin gracia alguna, quien fuera administrador de la universidad y que se perdiera en la inmundicia, luego de ser explotado por Guillermo Maderas Pérez, quien murió abandonado en una vecindad de mala muerte en Pueblo Nuevo víctima del alcohol y la drogas, cerca donde fue encontrado en uno de los llamados picaderos luego de varios días de muerto, pero Marito nunca supo, ya que la mayoría de su grupo dirigente terminó obligado a retirarse del magisterio y por lo tanto enfrentados todos contra todos a lo que le llamaron popularmente como la desbandada de la jaula de las locas.
Con una amplia sonrisa para mis adentros, porque hacia fuera –y hasta me vi bien en el espejo- seguía con mi cara monolítica e inexpresiva, me quedé pensando una serie de cosas y muy torciditas por cierto, mientras todo lo demás lo hacía casi mecánicamente, el pensamiento seguía y seguía a velocidades increíbles, pero aún no sabía y menos entendía qué hacer, hacia dónde ir, cuando reparé de nuevo en el viejo profesor de nalgas muy paseadas por socorridas en algunos años, ora pateadas y ora chamuscadas, que en esos momentos y sin pensarlo me había echado a cuestas.
Le vi tan conmocionado que casi se aventó en el asiento al subirse y emprendimos la partida hacia donde “no sé qué voy a hacer con él” y a “ni siquiera tengo idea a dónde diablos voy”, mientras tanto mi lado asesino, sanguinario y vengativo me decía mátale, hazle pinole y le tiras en donde sea, porque así apestoso y descuidado parece indigente, al cabo que ya tienes a quién echarle la culpa; en el otro lado, estaba trabajando a ciegas y sin saber a ciencia cierta qué iba a hacer con el viejoto ése, así que mientras avanzaba sin rumbo fijo –o como dicen estúpidamente algunos reporteros policíacos; con rumbo desconocido-, procuraba poner mis pensamientos en orden ¿pero cómo si siempre he sido el prototipo del desorden?
Así, mecánicamente saqué una cajita botiquín para que se limpiara lágrimas, mocos y la sangre que casi le bañaba parte de su lado derecho del rostro, la que se unía al sudor y se veía aquello impresionante. Con manos muy temblorosas sin dejar de ser ajotadas siempre tomó la cajita y buscó algodón o algo así para asearse, mientras seguía con mis cavilaciones, no sé si llegó a decir algo el profe Marito –como le apodaban-, quien tenía un nombre verdaderamente bueno para la burla y el escarnio más allá de los homofóbicos; Mario Consuelo Real Toscano. Pero como me dijera burlesca una y mil ocasiones mi santa madre:
–Mi’jo, cuando una personas es de mala gurbia, es tan de mala gurbia que todo lo hace con ganas de fregar, así de manera natural por ser malo, pero tú no eres mala gurbia pero cuando quieres serlo ¡Ay cabrón, ni quien te aguante!
Y sí, mi madre siempre ha tenido la razón, así que por mi camino pasé por varios lugares entre los que más le impactaron fue su antiguo coto de poder la universidad, la que al verla se sobresaltó como si fuera un fantasma y todavía más aún su monumento; uno dizque a la mujer que en realidad era a la corrupción, pues en realidad era él en su forma femenina, en su más profunda aberración egocéntrica y al recorrer la ciudad por ésas zonas sensibles, pudo haber entendido muchas cosas.
Me daba cuenta que estábamos igual; no podíamos voltear a vernos, sin embargo no estaba al pendiente de lo que hiciera, pues mi preocupación estaba en qué diablos haría con un enemigo de años y joto además, de quien todo mundo supo que fue quien más problemas me ha causado, pero ¿cómo entenderían ellos mi estúpida forma de defender a quien tanto daño me había causado?
Circulaba por la ciudad buscando algo de donde asirme para solucionar un problema que nadie me había planteado, pero que sabía que sólo era un gesto de humanidad y nada más –cuando mucho lástima-, pues el fuego no se combate con más fuego y de eso estaba convencido, así que vino a mi mente Rosita Arenas, la abogada venida a menos pero de grandes ínfulas que hace mucho me platicaba de un proyecto de guardería para viejitos, por no decirle asilo y que le había planteado una amiga suya.
Así que me encaminé a su casa, no sin antes llamarle al Chamuco Guerrero amigo de ambos –de quien nunca he sabido su nombre-, para pedirle la dirección y así llegué a su casa, que no era a la que me había encaminado, luego los tres nos fuimos con Aidé su amiga a fin de ver sus instalaciones y la propuesta de negocio. Platicamos largo y tendido, quedamos en volver a las negociaciones sobre hechos reales, mientras tanto ahí dejé al profesor instalado en su nuevo hogar.
Las dos mujeres se quedaron para preparar la forma de sociedad, mientras que por la noche llegué con dos nuevos inquilinos como clientes y dos prospectos más, para cerrar las negociaciones de la sociedad cuidadora de viejitos. Es ahí donde conocía a doña Juanita, una mujer de rasgos indígenas y cara de ternura a quien le encargué que atendiera al Marito.
–Le voy a pedir de favor señora, que le atienda lo mejor que pueda, platique con él si se presta, pero por favor nunca me hable de él, ni me diga que le dice, le platique o le comente, salvo aquello que usted considere que sea muy importante. Si en algunas cosas usted o alguien a través de usted le pueden ayudar háganlo, pero nada quiero saber.
Doña Juanita se me quedó viendo sin decir palabra, sólo asentir con agrado a lo que le decía, volteando a verle sentado en una silla frente a una mesita aparte de otras personas que estaban muy calladas y atentas escuchado a otro en una esquinita de la amplia sala inundada por una música ambiental a bajo volumen.
Por la noche cuando estuve en la reunión y una vez tomado acuerdos, sólo alcancé a ver al profesor sentado a la mesa cenando con los otros inquilinos, ya limpio y cambiado con una ropa deportiva. Aidé sólo me comentó que se había aseado, que estaba muy golpeado, lo había revisado y curado el médico, le habían entregado ropa, su cuarto y que todo estaba bien, a lo más que llegó a decirme es que se había sentido bien porque se lo hizo saber, que lo visitaría un abogado para saber su status legal.
Ahora sí pensaba; se iniciaría la conciencia del viejo profesor, que conociéndole bien en cuanto recobrara sus facultades físicas y mentales iniciaría una terrible venganza y por si acaso lo quisiera hacer, le visitaría uno de los mejores abogados y su equipo de asesores, que en su momento le ganara todos los casos legales, pero eso noche aún no sabía Marito lo que se le serviría a la mesa como menú de suculentos platillos de venganza.

III
 
En la primer semana, se hizo un cambio sustancial en la guardería para personas de la tercer edad, ya que cambiamos la casa de Aidé por un ranchito fuera de la ciudad, en donde la comodidad de una residencia campestre así como su gran extensión territorial, andadores, parcelas, árboles y jardines eran el lugar ideal para que los ancianos pudieran liberarse del aterrador encierro al que pocos quieren llegar.
Marito, a más un semestre de estar bajo los cuidados de la guardería y con la atención casi maternal de Juanita, se había recuperado de lo hambreado que estaba con un plan alimenticio en base a su dieta, le habían desintoxicado, vitaminado, curado de varios padecimientos y psicológicamente; tenido varias reuniones con abogados y con ellas, habían emprendido algunas acciones, aunque tardó un poco para ponerse al corriente sobre ésos asuntos legales y la maquinaria seguía su curso.
Mientras tanto se encontraba con mucho ánimo y con ganas de vivir, tanto que un sábado muy temprano llegué al albergue, se encaminó decidido a abordarme, lo había pensado tantas veces y hasta había organizado su discurso con el que buscaba atropellarme en base a agradecimientos y justificaciones, hasta compensaciones por mis servicios, pero en mi andar seguro y áspera presencia para él, se desvió dubitativo hacia otro rumbo en forma de arrepentimiento.
La sociedad “cuidadora de viejitos” o “el yonquecito” –como le decíamos coloquialmente-, iba muy bien y para ése tiempo ya teníamos más de 40 clásicos o modelos antiguos, más de la mitad ciudadanos gringos porque el ambiente era muy bueno con muchos prospectos por ser aceptados, la atención era cada vez mejor y de calidad, lo cual hacía que los inquilinos tomaran muchas actitudes muy distintas a las que asumían a su llegada y el Marito no fue la excepción dado que se le prodigaba no sólo un buen trato sino un respeto como profesor por parte de todos.
Cuando me sacó la vuelta, se fue directo hacia una zona alejada del patio a cumplir con una encomienda de conciencia que se había trazado a sí mismo hacía algunos días, lugar especial donde cada uno de los ancianos que se podía valer por sí mismo, había escogido como hacen los niños para tener su escondite secreto –y el profe Marito ya tiene el suyo- sentenciaba Juanita muy contenta de que hubiera encontrado un buen acomodo en el rancho.
El lugar que cada uno escogía era respetado y se buscó siempre que fuera un verdadero refugio a donde nadie debería entrar a menos que fuera invitado por el dueño del sitio. El viejo mentor guardaba en uno de sus sueños acariciados desde niño; tener una casita en el árbol como las había en el ejido del Valle de Mexicali donde nació, pero nunca lo había logrado y menos luego de las cosas que se sucedieron en su adolescencia.
El viejo profesor, habiendo recobrado mucho de su sentir en tan poco tiempo tenía su santuario en aquel rincón dentro de la arboleda que hacía un recoveco de árboles hacia el guardaganado, en donde unas enredaderas se trataban de colgar de los mismos y él le había hecho algunos arreglos con maderas y cuerdas para que le dieran mayor privacidad, ya tenía mucho que había reclamado el sitio para él y el consejo lo vio con buenos ojos, a donde se llevó algunas cosas que recuperó de su casa, si era casa el cuchitril en donde permaneció recluido por Guillermín y Amadeo, su hijo putativo.
El lugar siempre estaba fresco y agradable, muy a pesar del inclemente verano que se abate cada año en la región, ahí en pleno valle el clima es muy amable, sino fuera por los zancudos y demás alimañas que de vez en cuando le molestaban, todo hubiera sido perfecto, porque el viento no se ausenta mucho, los pájaros siempre tenían un hermosa sinfonía y su proyecto de refugio jardín perfilaba futuro, como un añejo sueño; parecerse a su difunta abuela, el modelo de mujer que siempre quiso ser.
Tenía entre todo aquello una especie de altar, pero no había ningún monigote de deidad alguna, sólo unas velas y veladoras, lugar en el que pasaba mucho tiempo postrado, pero en una forma en que permanecía sentado sobre sus talones y por su mente desfilaban en esos momentos –del sábado libre de la disciplina diaria a los autosuficientes-, sus viejas y fallidas prácticas de magia negra y vudú que en realidad nunca le funcionaron para lo que él deseaba, sino fuera más que para hacerse daño moral a sí mismo siempre y eso, psicológicamente mucho le atormentaba.
Ése día en especial, se dedicó a una especie de meditación que estudiara en cierta ocasión en que de joven quería encontrar la plenitud del amor, cuando se descubrió teniendo una práctica sexual desenfrenada, pero que le había dejado un vacío que aún no comprendía y en esos momentos era una necesidad acudir a la llamada meditación transcendental, para hacer un alto en el camino.
Y ya sino, pues la acaban de traer en la semana unos trebejos que le acarrearon los actuarios de la casa que le fuera arrebatada por quien considerara siempre el hijo que nunca tuvo, pero también del cuchitril que ocupaba en su antes orgullosa residencia en manos de Guillermín y su “surtidora” familia, entre los que destacaba un baúl como él; le hubiera dicho doña Chona, la confianzuda conserje de la universidad.
–Ésta cosa está tan rara y fea como tú.
Desfilaron por su mente todos aquellos personajes que tuvieron importancia en su vida y que de alguna manera estaban representados en su biblia negra, como le decía coloquialmente a ése extraño baúl oscuro donde guardaba toda una vida de “malditurías” archivadas ahí, desde los mono de vudú que representaban a un ejército de odiados, hasta los restos de tratamientos malignos al otro ejército que iba desde los aborrecidos hasta los más deseados.
Y ahí adentro estaba mi representación según él, a decir de sus prácticas de vudú, magia negra, hechicería y demás ciencias ocultas, guardado con quien sabe qué tantas cosas, pócimas, encantamientos, alfileres, estacas, tantas como su inseguridad, falta de carácter y madurez le dictaban, sin embargo cada que emprendía una campaña en contra el perjudicado era él, porque siempre tenía en mente como maldición mi sentencia; No hay peor esclavo que un supersticioso y la religión eso es.
Estaba en ésas cavilaciones cuando de pronto una terrible idea se le metió en la cabeza; que mi venganza era hacerle recuperar su capacidad de reflexión, memoria e inteligencia para torturarle, ya que recordó otra de mis frases favoritas; una persona inteligente nunca es feliz, porque no sólo le atormenta su conciencia, sino que entiende la composición del mundo y tiene que cargar con la ignorancia de los demás como maldición. Aún con eso, se sentía muy bien por primer vez en años.
–Por vez primera, siento que moriré como siempre lo había pensado; consiente de mí mismo… y eso no sé si sea bueno…
Se dijo sin querer en voz alta. Luego los recuerdos se le sucedieron en cascada sin atreverse a abrir el cofre llamado biblia negra, pero las incidencias de su azarosa vida le pasaban sin que pudiera evitarles; desde su primer vez con su tío que lo molieron a golpes, cuando lo corretearon en San Felipe con un puñal para matarlo, cuando le hacía sus confidencias más íntimas a su amiga Amanda, cuando Juan Ramón lo dejó viudo sin ser amado, cuando se vio involucrado en el asesinato de un pasional miembro de su clan, el susto con los llamados narco satánicos y tantas otras cosas.
Vivencias tan claras como la alegría aquella cuando un miembro de su pandilla y funcionario público, llegara a la gubernatura y el otro a la presidencia municipal, pretexto para festejar en grande, haciendo toda clase de burlas y chanzas porque sentían el poder en sus manos, así como aquellas grandes caídas que le obligaron a las más crudas decisiones y a llenarse la conciencia de la mayor podredumbre y ahora tenía una conciencia que le apabullaba con moralidad ante una no muy lejana partida.
Ahí estaban las imágenes de quienes le iniciaran en la práctica de las artes de la magia negra, vudú y el ocultismo entre tantas cosas que después se rompieron en actividades de narcotráfico, trata de personas y propiedades mal habidas, en fin que todo aquello se le vino encima con cualquier referencia, aunque sabía que al abrir el tenebroso baúl muchos otros recuerdos le reclamarían a su conciencia, como la serie de monigotes de diversos materiales de la supuesta representación del Quijote que le regalaban al por mayor, cuando se daba ínfulas de intelectual barato con ellos.
Encendió con el incienso los recuerdos, que le empezaron a invadir a cual más de impertinentes y reclamantes, mientras el baúl seguía ahí; hermético, misterioso y feo. Con la mente copada por sus cosas que en un tiempo hubiera matado por ellas, no reparó en los cantos de la bandada de pájaros que llegaron haciendo uno de los más grandes alborotos, porque por fin llegó a una conclusión de su vida; el ajuste de cuentas no era venganza y la violencia no resolvía nada nunca, al tiempo que entraba a una especie de sopor, un éxtasis o ataraxia.

IV Entrega
En uno de sus regresos a la vigilia de su ensimismamiento, a través de un claro entre las enredaderas alcanzó a ver algo de lo más hermoso que hacía mucho no apreciaba, así lo dijo para sus adentros, lo cual lo obligó a ponerse de pie lentamente con una enorme emoción, hizo un estiramiento felino de aguzamiento hacia una posible presa, veía aquel porte, aquel cuerpo, qué figura, que belleza, la criatura más luminosa para sus ojos, que le recordaba a su tío, aquel de la paliza…
El calor era alto, pues apenas estábamos en medio otoño, tiempo en que con el menor esfuerzo se suda, aunque en el Valle sea menor el calor, pero con una emoción como la del momento hizo que el viejo docente sintiera una excitación intensa que le hacía casi desfallecer, el viento era débil y el canto de los pájaros iba en aumento como los latidos de su corazón, todo indicaba que un sentimiento profundo estaba en puerta.
–¡¡¡Qué angelical presencia, es lo más hermoso que he visto…!!! –Se dijo, en un pensamiento que pronunció como rezando, al tiempo la cercanía se achicaba y la imaginación comprobaba que todo era verdad y ahí estaba un hombre.
Era un jinete que se acercó hasta su refugio, el que sólo lo dividía del guardaganado un cerco de púes muy bien reforzado, donde permanecía una vaquilla muy despreocupada, plácidamente echada y rumiando bajo la sombra de los frondosos árboles. Al bajarse el vaquero, un tanto cansado y sudoroso, desplegó sus olores hormonales de macho que el profesor Marito de inmediato asumió para sus recónditos estímulos y se quedó prendado de tanta hombría que ansiaba para sus adentros, algo que hacía tanto tiempo que no sentía con tal fuerza.
El vaquero vestido a la usanza regular del desértico Valle; pantalón de mezclilla, con camisa ordinara a cuadros multicolores, botas vaqueras gastadas por el trabajo, sombrero ajado y raído, todo bien portado, se quitó los guantes de trabajo y con las piernas abiertas, se paró a sestear de espaldas hacia la improvisada atalaya para el viejo docente, el vaquero con una mano en lo alto del cerco como deteniéndose, mientras con la otra acomodada en la cintura poseía el par de guantes, mientras veía a lo lejos resollando gordo como revisando su recorrido por la vereda que se pierde entre los árboles y el pastizal.
Mientras tanto su caballo, fue amarrado un poco más retirado, se les veía agitados a ambos, sin saber que alguien parapetado entre las enredaderas, sin ningún esfuerzo pasaba por la misma agitación, con tan sólo ver el porte vaquero ése, quien sacó un cigarro con toda la calma, lo encendió y se dispuso a saborear cada bocanada de humo, al sentir el aroma del tabaco Marito cerró sus ojos apasionado, un perfume más de varonil presencia para sus hormonas.
El corazón se le aceleró tanto que hasta le escuchaba y temía que fuera descubierto por el vaquero ya que pensaría que le estaba espiando, lo cual aceptaba para sí que efectivamente lo estaba haciendo, en un rato de esos muy eternos se retiró para buscar una forma de llamar su atención sin que sintiera como algo premeditado. Así que salió del refugio y tomó una de sus macetas e inició un proceso de mantenimiento con sus herramientas haciendo el mayor ruido posible.
El vaquero tuvo que voltear a ver de dónde provenía el ruido, luego se hizo Marito el sorprendido, respondiéndole a la sorpresa del vaquero, con un saludo.
–Buenas tardes señor, espero no haberlo asustado con mi escándalo…
–Buenas tardes, no se preocupe sólo estoy aquí descansado del trajín del día.
–Y lo malo es que hace mucho calor…
–Aunque ya va de salida, uno no deja de sentirlo.
–¿Le puedo ofrecer una vaso de agua fresca?
Y así se inició una plática de todas las tardes menos los domingos, en donde charlaban de todo un poco, pero a la cuarta semana, ya el profesor salió del refugio para platicar con mayor comodidad y confianza con el vaquero, pero la incomodidad pasó a otro nivel, al sentir tan cerca al hombre que le hacía estremecer. Ahí estaba frente a él, separados por los hilos de púas, ahora lo podía ver a placer, cómo su cuerpo se dibujaba sensualmente sobre las desgastadas ropas de trabajo, mientras aspiraba con pasión el fuerte olor de macho faenero.
La plática fue más accidentada que de costumbre durante ésa semana, porque el docente se turbaba mucho con el vaquero que le envolvía con su aroma de un salvajismo concupiscente que le embriagaba, así se embelesaba y hasta olvidaba por instantes lo que platicaba, porque las hormonas no entienden de cortesías cuando están haciendo su trabajo a favor de los placeres carnales.
Durante esas semanas hablaron de todo un poco, pero no pudo dominar mucho su egolatría de antaño y le platicó de sus cosas personales, ya que inició el proceso de tejer la red para que ése portento de hombre no se le escapara, quería sentirlo suyo y usaba todo lo que estuviera a su alcance para conquistarlo en todos los sentidos.
–Aquí donde me ves, fui una persona con un enorme poder ¡Claro que todavía tengo influencias! Pero es la verdad, logré ayudar a mucha gente, gente que ya sabes cómo es; nunca te agradecen del todo y ahora estoy aquí, retirado gracias a los malagradecidos, a los que les di de comer y me mordieron la mano…
Claro que nunca quiso hablar de nada malo de todo lo que había vivido en sus últimos años, pero si daba a entender que su influencia dentro del gobierno todavía era buena y hablaba con soltura de nombres y cargos, más aún cuando el vaquero le dio visos de desconocimiento del gobierno y sus personalidades.
–Tuve que deshacerme de muchas cosas para disfrutar mi estancia aquí, pero todavía tengo lo mío y he dejado a mi familia muy bien protegida, claro que todavía tengo el control, sino a lo mejor ni me tratan bien, aunque aquí no hay problema; soy socio de ésta casa hogar por eso me dan lo que quiera…
Algunos de los ancianos llegaban a solicitar permiso para quedarse en sus refugios a dormir, lo cual no era permitido por los peligros que ello representa, pero si podían regresar hasta la 10 de la noche en verano y a las 8 en invierno, así que el vaquero se iba a eso de las 6 y el profesor se quedaba mucho rato con su cavilaciones y tratando de guardar la estampa de su adonis campero en la mente turbada sólo para su disfrute, para ello entraba a sus habitual ensimismamiento.
En ésa meditaciones se arrepentía de muchas cosas que había dicho y se reclamaba muy seguido por haber sido “boquiflojo”, pero es que no lo podía hacer de otra manera, para que pensara el vaquero que tenía los medios para poner a su disposición, pero también especulaba en lo poco que el campero se atrevía a confesar, como el tener problemas económicos y fuertes como los tiene la gente del campo.
Cuando le mencionó que su hijo más chico de tres, tenía algunos problemas de salud y que los médicos decían que sólo eran afecciones que tendrían que atender y que una vez que llegara a la mayoría de edad o antes; desaparecerían, Mario Consuelo de inmediato le ofreció apoyarlo con dinero, pero el campero se negó a aceptar porque argumentó que estaba bien atendido y no les estaba costando más allá de llevar hasta la ciudad hasta dos veces a la semana.
Ya se había ido el vaquero con una cálida despedida y con un profundo sentimiento hacia sus adentros del profesor Marito, todavía sentía el cálido y húmero saludo de la tosca mano del rústico campero, que lo traía “tumbado del Burro”, como le decían a quienes estaban alocados por alguna cosa, así sus olores y las sensaciones le duraban mucho tiempo, pero ahora quería que fuera con más fuerza porque ya no le vería sino hasta el lunes y era mucho para sus sentimientos.
Se quería quedarse mucho más tiempo ahora para hacerse las ilusiones de que estaba ya viviendo nuevamente un romance, quería sentir la caricia de un nuevo amor, porque se sentía enamorado y respiraba con nuevos bríos, pero uno que le durara y valorara como muchos que echó a la basura y nunca apreció ni siquiera cuando partieron, como suele suceder, sino ya en los tiempos del sufrimiento y el explotación en la que cayó luego de quedarse sin poder, se arrepintió de algunas cosas que le ha dicho al campero, para ya estaba hecho.
En esas estaba sin advertir que unas sombras sigilosas se desplegaban alrededor del refugio donde estaba, unos instantes previos a salir hacia sus aposentos en la estancia, iba incorporándose de su postración ante la especie de altar, luego de apagar con mucho cuidado las velas y tomar su bolsita que siempre le acompañaba, cuando sintió un piquete como de zancudo en el cuello, al darle la clásica palmada para matarlo, él fue quien cayó de bruces al suelo, pero varios brazos no lo dejaron llegar al suelo.
No había pasado un cuarto de hora cuando todo el personal se movilizaba buscando al profesor, pero ellos ya nos habían llamados a todos los miembros del consejo, porque Juanita le había preparado un platillo especial al profesor como cada sábado para que cenara antes de irse de su guardia, ya que descansaba los domingos, Amapolo como le llamábamos al coordinador de guardias y el más viejo de todos, al llamar a Mario Consuelo y no encontrar respuesta dio la voz de alarma.
Más tardemos en llegar los responsables de la casa hogar, en que llegara la policía para iniciar las investigaciones de rigor, dentro del perímetro de la finca, sus patios y el campo no se encontró nada de momento, se introdujeron en todos lados bajo las indicaciones de los investigadores, se acordonó el área y ahí permanecimos esperando a que la policía hiciera su trabajo.
Todo parecía indicar que había sido un secuestro muy bien planeado y que la lista de involucrados era mucho más amplia de lo que cualquiera de nosotros pudiera haber sospechado y conforme pasaban los días de más cosas nos enterábamos a través de los abogados. Le preocupación de Juanita era que Marito desmejorara en su estado físico, ay que estaba muy repuesto.
Para la mayoría de nosotros temíamos lo peor, toda vez que la venganzas entre homosexuales siempre terminan en forma por demás sanguinaria y cruel, sobre todo cuando sabíamos de la vida azarosa de Mario Consuelo, quien fuera unos de los sospechosos de aquel asesinato despiadado del profesor Julián Haros Guzmán, dueño de una preparatoria y conocido por sus fastuosas fiestas.
Así nos invadieron las especulaciones en todos los sentidos y fue cuando me empecé a enterar a ciencia cierta de la tormentosa vida de quien siempre consideré una excelente persona, hasta que no hizo de las suyas en mi contra y pasar por encima de mis derechos para favorecer a su ejército de surtidores, incluso faltado a mi ética de periodista en los años en que estuve en la radio. Ahora estaba desaparecido el pasaban los días y la angustia continuaba.
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II Capítulo   El viejo gran danés en cautiverio
 
 
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